Acostado en mi cama con las sábanas desordenadas como olas que me rodean, contemplo el techo de mi habitación, color blanco puro, color contrastado con el cielo que oculta; negro azabache en forma de terciopelo grueso, con unas miseras estrellas teniendo miedo de ser vistas por la vida.
Siento aún los ojos cansados por tantas lágrimas derramadas; quemados hasta tener un color rosado carmesí presentable a la multitud, con la mirada fija al foco muerto de la lámpara que cuelga, solo pienso en lo blanco que es tener la mente despejada, solo eso.
El cielo despertó con una brisa fría de primavera, con tonos pasteles de celeste y rosado pálido, pocas nubes se encontraban presentes, en formas lineales de colores rosado chillón; los cables comunicacionales espantaban tal gloriosa vista, mostrando la ordinariez máxima que puede tomar. Ojos secos miraban tal paisaje como si no fuera novedoso la forma en la que era, como monotonía dentro de la rutina.
Despacio el café es percolado a la jarra para iniciar las horas, 3 cucharadas de azúcar es suficiente para subir el ánimo, supongo. El gato busca llamar la atención, rogando por comida, el único ser en ésta casa que me encanta que me pida cosas, me da placer consentirlo, es hijo mio de alguna manera.
Por la ventana se ven los rayos pasteles de afuera, luces molestas al saber que el significado es incierto, duro, molesto, y aburridor. No ha pasado mucho desde que la noche se volvió negra, pero mas normal que meses anteriores; incluso, era el más normal que había visto en los pocos años que llevo de existencia. Aunque aveces me pongo a pensar en que, después de todo, ya no se sabe lo que es normal y lo que no, solo nos acostumbramos a ver diferencias mensuales, a escuchar de personas con más experiencias lo que ellos piensan, y nosotros lo adoptamos como si fuera nuestra fe en ello.
Es temprano aun, las tantas de la mañana ha de ser porque aun hace un poco de frío, hay silencio en la casa ya que están todos durmiendo, y las sombras contrastan de azul al rosado pastel, una escena pintoresca, reproducible a tela y óleo, con característicos tonos cálidos y fríos.
Me apoyo en el mueble que esta frente a la ventana con la taza blanca en la mano para ver el firmamento un poco mas enfocado; realmente una escena hermosa la combinación de colores extensos y llamativos, que te habla de la paz física y mental que uno necesita.
No siento la necesidad ni de comenzar la rutina, todo se ha vuelto aburrido, mi cuerpo se ha desgastado con el tiempo, con el estrés de la universidad, que me ha dejado decadente de emoción física; gracias a Dios que hoy es sábado y no tengo que ir a clases.
Polera blanca, jeans claros gastados, zapatillas apretadas negras, salgo al patio a ver bien el cielo que se había formado, no muestra signos ni síntomas de que ocurra alguna desgracia, será otra excepción al igual que lo negro del mes pasado; nada pasó.
El rosado al medio día se transformaba en naranjo claro y lo celeste en blanco, el sol hace años que no se convertía amarillo frente a nuestros ojos, las hileras de algodón apuntaban a la cima de las montañas que se podían ver a lo lejos detrás de mi casa, el viento soplaba a la misma dirección, llevándose las hojas verdes volando entre el suspiro. Pequeñas tortolitas se encontraban volando dirección al norte, contra la corriente, en pequeños grupos de no más de cuatro integrantes, pareciendo pequeñas motas negras y grises recorriendo el paisaje.
En la plaza a dos calles de mi casa, me encontraba sentado en las bancas de madera opaca, con la vista hacia arriba, viendo los haces de luz que cruzaban entre las hojas y ramas de los árboles, observando como aquellos rayos hace varios meses atrás no era lo que se vive ahora; era de un color rojo intenso sangriento, colocado al medio del tablero de ajedrez, donde casi la humanidad perdió el sentido de ser ella misma.
Fue hace bastante la verdad, donde el negro azabache reinaba el lugar, y los policías corrían de un lado a otro sin sentido. Recuerdo que nos quedamos perplejos mirando a tal sol reluciente con mucho temor, demasiado incluso puedo llegar a decir; el espanto se encontraba en el cuerpo de cada uno en ese momento, y cuando hablo de cada uno, me refiero de cada persona que sacó su cabeza por la ventana y se encontró con la escena grotesca aquella.
Mi hermana, al encontrarse horrorizada por tal espejismo, pues parecía serlo ya que lo irreal se tornaba gris con lo real, no logró aguantar más sus piernas y se dejo caer al piso como muñeco de títere, del cual ni sonó en el impacto. Cuando reaccioné y volví dentro de mi ser, dí dos pasos hacía atrás y tome a mi hermana del brazo para devolvernos a la casa; no se si se levantó, no se si me la llevé a rastras, sólo sé que entró conmigo a casa.
No siento la necesidad ni de comenzar la rutina, todo se ha vuelto aburrido, mi cuerpo se ha desgastado con el tiempo, con el estrés de la universidad, que me ha dejado decadente de emoción física; gracias a Dios que hoy es sábado y no tengo que ir a clases.
Polera blanca, jeans claros gastados, zapatillas apretadas negras, salgo al patio a ver bien el cielo que se había formado, no muestra signos ni síntomas de que ocurra alguna desgracia, será otra excepción al igual que lo negro del mes pasado; nada pasó.
El rosado al medio día se transformaba en naranjo claro y lo celeste en blanco, el sol hace años que no se convertía amarillo frente a nuestros ojos, las hileras de algodón apuntaban a la cima de las montañas que se podían ver a lo lejos detrás de mi casa, el viento soplaba a la misma dirección, llevándose las hojas verdes volando entre el suspiro. Pequeñas tortolitas se encontraban volando dirección al norte, contra la corriente, en pequeños grupos de no más de cuatro integrantes, pareciendo pequeñas motas negras y grises recorriendo el paisaje.
En la plaza a dos calles de mi casa, me encontraba sentado en las bancas de madera opaca, con la vista hacia arriba, viendo los haces de luz que cruzaban entre las hojas y ramas de los árboles, observando como aquellos rayos hace varios meses atrás no era lo que se vive ahora; era de un color rojo intenso sangriento, colocado al medio del tablero de ajedrez, donde casi la humanidad perdió el sentido de ser ella misma.
Fue hace bastante la verdad, donde el negro azabache reinaba el lugar, y los policías corrían de un lado a otro sin sentido. Recuerdo que nos quedamos perplejos mirando a tal sol reluciente con mucho temor, demasiado incluso puedo llegar a decir; el espanto se encontraba en el cuerpo de cada uno en ese momento, y cuando hablo de cada uno, me refiero de cada persona que sacó su cabeza por la ventana y se encontró con la escena grotesca aquella.
Mi hermana, al encontrarse horrorizada por tal espejismo, pues parecía serlo ya que lo irreal se tornaba gris con lo real, no logró aguantar más sus piernas y se dejo caer al piso como muñeco de títere, del cual ni sonó en el impacto. Cuando reaccioné y volví dentro de mi ser, dí dos pasos hacía atrás y tome a mi hermana del brazo para devolvernos a la casa; no se si se levantó, no se si me la llevé a rastras, sólo sé que entró conmigo a casa.